El Preso, la Prisa y la Prosa
Se llama “Niño”. Su casa dorada se levanta a un metro del suelo. Canta de alegría en las mañanas y de tristeza en las tardes. Languidece en soledad hace un par de años. Es blanco y hermoso. Dos hilos grises lo recorren desde el hombro hasta la punta de sus alas. Igual que yo, es un prisionero. Si la libertad no significara su muerte ya lo habría liberado.
Hoy salí al patio para saludarlo. Inmóvil frente a él, lo observaba con una mezcla de pesar y alegría. Quizás por mi quietud, el otro personaje de esta historia no percibió mi presencia. “Niño” se agitaba inquieto. Afiló su pico contra el travesaño y de tres saltitos recorrió su celda.
De pronto, un soplo de libertad verde iridiscente que agitaba sus alas con velocidad se detuvo junto a nosotros. Minúsculo y burlón miró hacia la jaula con aire de conmiseración. Detrás de los barrotes, “Niño” leyó los caminos del colibrí en sus ojitos de botón y su alma de canario sonrió. El néctar resbalaba por el pico del recién llegado.
En ese momento, el pajarillo me descubrió. Le hizo una venia a su amigo y se alejó con rapidez dejando un zumbido verde en el recuerdo. Por largo rato, los ojos del canario siguieron clavados en el firmamento… Luego, me miró.
Sentí una profunda tristeza por él y por mí. Era tarde. Apenas tuve tiempo de ponerme mi traje a rayas blancas y negras y de ajustarme con firmeza los grilletes a los tobillos. Agarré mi maletín, me tomé una taza de café y salí a trabajar con la misma prisa petulante del colibrí.
Hoy salí al patio para saludarlo. Inmóvil frente a él, lo observaba con una mezcla de pesar y alegría. Quizás por mi quietud, el otro personaje de esta historia no percibió mi presencia. “Niño” se agitaba inquieto. Afiló su pico contra el travesaño y de tres saltitos recorrió su celda.
De pronto, un soplo de libertad verde iridiscente que agitaba sus alas con velocidad se detuvo junto a nosotros. Minúsculo y burlón miró hacia la jaula con aire de conmiseración. Detrás de los barrotes, “Niño” leyó los caminos del colibrí en sus ojitos de botón y su alma de canario sonrió. El néctar resbalaba por el pico del recién llegado.
En ese momento, el pajarillo me descubrió. Le hizo una venia a su amigo y se alejó con rapidez dejando un zumbido verde en el recuerdo. Por largo rato, los ojos del canario siguieron clavados en el firmamento… Luego, me miró.
Sentí una profunda tristeza por él y por mí. Era tarde. Apenas tuve tiempo de ponerme mi traje a rayas blancas y negras y de ajustarme con firmeza los grilletes a los tobillos. Agarré mi maletín, me tomé una taza de café y salí a trabajar con la misma prisa petulante del colibrí.
- Carlos Eduardo -
Comentarios
En cuanto a la escritura, debo decirte Carlos, amigo mío, compañero de tantas batallas, que es uno de los textos más literarios y menos parecidos a crónica de lo que has publicado hasta ahora.
Hay un tono evidentemente literario, lo cual, por cierto, me agrada. También debo confesar que me costó segunda lecutra comprender la historia.
Me parerece que como ese pajarito encerrado en esa jaula se debe sentir las personas cuando están obligados a algo,cotra su voluntad o aveces por las circunstancias de la vida. estar preso es algo muy feo en todo el sentido de la palabra