Visitas y juguetes
Algunas visitas son tan malas que sólo esperamos la hora de su fin. Miramos el reloj y pronunciamos ese “Buuuueeeeeeeenoooo...” tan usado entre nosotros cuando no queremos más de algo. La traducción es simple, eso suena a “Ya es hora de que se vayan”. Las estrategias para recortar la duración de la visita varían desde la escoba tras la puerta, hasta la intencional serie de bostezos para indicar al otro que la hora de dormir ha llegado. Pero no siempre los visitantes captan el mensaje.
Desde niño intuí una práctica clasificación de las visitas: las agradables y las desagradables. En las primeras se encontraban, en aquel entonces, las de los primitos y los amigos; en las segundas, la de tías solteras –mejor dicho solteronas, la de abuelita cuando no llevaba regalo ni ningún primito para jugar, o la de la amiga de toda la vida de la mamá, ésa que no se cansaba de decir en una aturdidora voz “Velo como está de lindo; mijo, yo lo cargué a usted cuando estaba pequeño, y hasta pañales le cambié”. Eso sin olvidar cómo le zampaban a uno un pico que lo dejaba tan marcado de labial rosado como al posillo tintero. Me aburrían esas visitas; mandaba a mi hermanita, que apenas sí podía hablar, a que les dijera “Paputa”, a lo cual el ogro de doscientos kilos de maquillaje sólo en la cara decía: “Tan linda la niña, ¿ya está aprendiendo a hablar?”.
Era mil veces preferible jugar con los primitos y los amiguitos. Aunque estas visitas también contaban con su top, una escala cuya medida era la cantidad de juguetes que estuviese dispuesto a sacar. Según el cariño que uno le tuviera a los infantiles visitantes de turno, la dosis variaba desde un tímido carrito ya dañado (aduciendo que los papás no me dejaban sacar más), hasta esas veces en que los sacaba todos. Seguramente de ahí viene la expresión “con todos los juguetes”; porque uno disfrutaba verlos regados por toda la casa, así luego tuviera que pasar el desagradable momento de guardarlos en orden. Guardar los juguetes es lo peor para un niño.
Ya más grande, el talante y la actitud ante las visitas cambian. Uno aprende a apreciar su verdadero valor: cuando se acaban.
Pensaba en esto ahorita en clase de posgrado; al llegar a mi casa, abrí la página de Escritos Cotidianos y veo que hemos llegado a las primeras mil visitas. Me sorprendió, porque ayer domingo, mientras revisaba “Psicosis” de Carlos, que por poco se convierte en asesino en serie, leí 904 en el marcador de “hits”, y pensé preparar algo para las mil visitas, lo cual sería por mitad de semana. Pero hoy lunes ya marcamos con cuatro dígitos.
Hay escritoscotidianos para rato, al menos mientras tengamos la paciencia suficiente para mirar y maravillarnos de este mundo tan lleno de historias que nos tocó. Y mientras tengamos lectores amables con los cuales interactuar. Por eso, volviendo al tema, debo decir que la presencia de nuestros lectores es una de esas visitas en las que uno lamenta cuando se termina. Para nosotros son de ésas en las que, como se diría en lenguaje informal, “aguanta sacar todos los juguetes”.
Se les quiere.
*Carlos Andrés*
Desde niño intuí una práctica clasificación de las visitas: las agradables y las desagradables. En las primeras se encontraban, en aquel entonces, las de los primitos y los amigos; en las segundas, la de tías solteras –mejor dicho solteronas, la de abuelita cuando no llevaba regalo ni ningún primito para jugar, o la de la amiga de toda la vida de la mamá, ésa que no se cansaba de decir en una aturdidora voz “Velo como está de lindo; mijo, yo lo cargué a usted cuando estaba pequeño, y hasta pañales le cambié”. Eso sin olvidar cómo le zampaban a uno un pico que lo dejaba tan marcado de labial rosado como al posillo tintero. Me aburrían esas visitas; mandaba a mi hermanita, que apenas sí podía hablar, a que les dijera “Paputa”, a lo cual el ogro de doscientos kilos de maquillaje sólo en la cara decía: “Tan linda la niña, ¿ya está aprendiendo a hablar?”.
Era mil veces preferible jugar con los primitos y los amiguitos. Aunque estas visitas también contaban con su top, una escala cuya medida era la cantidad de juguetes que estuviese dispuesto a sacar. Según el cariño que uno le tuviera a los infantiles visitantes de turno, la dosis variaba desde un tímido carrito ya dañado (aduciendo que los papás no me dejaban sacar más), hasta esas veces en que los sacaba todos. Seguramente de ahí viene la expresión “con todos los juguetes”; porque uno disfrutaba verlos regados por toda la casa, así luego tuviera que pasar el desagradable momento de guardarlos en orden. Guardar los juguetes es lo peor para un niño.
Ya más grande, el talante y la actitud ante las visitas cambian. Uno aprende a apreciar su verdadero valor: cuando se acaban.
Pensaba en esto ahorita en clase de posgrado; al llegar a mi casa, abrí la página de Escritos Cotidianos y veo que hemos llegado a las primeras mil visitas. Me sorprendió, porque ayer domingo, mientras revisaba “Psicosis” de Carlos, que por poco se convierte en asesino en serie, leí 904 en el marcador de “hits”, y pensé preparar algo para las mil visitas, lo cual sería por mitad de semana. Pero hoy lunes ya marcamos con cuatro dígitos.
Hay escritoscotidianos para rato, al menos mientras tengamos la paciencia suficiente para mirar y maravillarnos de este mundo tan lleno de historias que nos tocó. Y mientras tengamos lectores amables con los cuales interactuar. Por eso, volviendo al tema, debo decir que la presencia de nuestros lectores es una de esas visitas en las que uno lamenta cuando se termina. Para nosotros son de ésas en las que, como se diría en lenguaje informal, “aguanta sacar todos los juguetes”.
Se les quiere.
*Carlos Andrés*
Comentarios
Escribir es un acto de exorcismo.
Pensaba igual que tu, en cuanto el contador marcara 1000 hits, publicar un texto alusivo. Ya ves. Será para los 2 mil, entonces.
Carlos, querido amigo, ahí te queda la tarea. Mi consejo: no te duermas, porque el asunto va bastante rápido.
hoy en dia que uno ya es mayor anela a que venga tan solo un tio ya sea para hablar de cuando uno estaba pequeño o para recordar viejas epovcas, se dice que la mejor epopca de la vida es la ñiñes, pero para mi es los recuerdos que uno evoca.
hoy en dia que uno ya es mayor anela a que venga tan solo un tio ya sea para hablar de cuando uno estaba pequeño o para recordar viejas epovcas, se dice que la mejor epopca de la vida es la ñiñes, pero para mi es los recuerdos que uno evoca.
Nota: "no es que te esté echando, solo te digo que te vayas". jajaja
Pues si estoy chico me entiendo es con chicos y ahora que soy adulta me entiendo es con adultos.