Aquí en Bogotá (tríptico celular)
Era pesado y caminaba hacia mí. Constaté su gran estatura conforme acercaba el paso. Yo iba con Camila para el Colombo. Cruzábamos la Plazuela San Ignacio, ésa donde queda el Paraninfio, construcción del centro tan agradable para mí. Mientras venía hacia nosotros, el señor tomó su celular, y contestó: "Hola mi amor, sigo aquí en Bogotá".
Camila y yo nos miramos... Por un momento me confundí, seriamente. ¿En Bogotá?
Compungido, deconstruí la película de mi vida durante tres segundos, esta vez bajo el paradigma de que había vivido en Bogotá, y no en Medellín, como siempre lo había creído. Fue un momento surealista.
Lo asocio bastante con el famoso chiste en el que un pastuso, en pleno acto de infidelidad, contesta sorprendido el celular, y pregunta a su esposa por qué sabía que él la estaba engañando en ese motel con la mejor amiga de ella.
El celular (cuyo nombre recibe de las celdas de cobertura que conforman las antenas del sitema) modifica algunos asuntos de nuestra vida, tanto como todos los aparatos. En particular, este tipo de comunicación anula la territorial noción de lugar; deslocaliza. Nos impide saber con certeza dónde está el otro con quien hablamos. Y no siempre ello juega a nuestro favor. Es decir, no siempre salimos tan afortunados como el señor de la plazuela, quien de seguro se le estaba "volando" a la mujer; a veces -por el contrario- nos sucede como al del chiste. O como al del bus:
Alguna noche, mientras viajaba en un solitario Circular Coonatra, un muchacho (único compañero fortuito de viaje) recibió una llamada. Íbamos agoviados por la velocidad descarada con que el conductor nos agitaba por las abandonadas calles del centro, mientras oía una música popular a un volumen también descarado. Al contestar, noté cómo el tono de su voz decaía gradualmente. Como si no pudiera entender algo, sus respuestas devinieron defensas. De seguro la novia sospechó de la música y no le creyó que estuviera de camino a casa, como tantas desesperadas veces él insitió. Pelearon.
Tríptico. Con el celular pueden ocurrir bastantes posibilidades; aquí van tres: O usted se desliza del radar de su mujer, o se vende a usted mismo, o no le creen la verdad.
*Carlos Andrés*
Camila y yo nos miramos... Por un momento me confundí, seriamente. ¿En Bogotá?
Compungido, deconstruí la película de mi vida durante tres segundos, esta vez bajo el paradigma de que había vivido en Bogotá, y no en Medellín, como siempre lo había creído. Fue un momento surealista.
Lo asocio bastante con el famoso chiste en el que un pastuso, en pleno acto de infidelidad, contesta sorprendido el celular, y pregunta a su esposa por qué sabía que él la estaba engañando en ese motel con la mejor amiga de ella.
El celular (cuyo nombre recibe de las celdas de cobertura que conforman las antenas del sitema) modifica algunos asuntos de nuestra vida, tanto como todos los aparatos. En particular, este tipo de comunicación anula la territorial noción de lugar; deslocaliza. Nos impide saber con certeza dónde está el otro con quien hablamos. Y no siempre ello juega a nuestro favor. Es decir, no siempre salimos tan afortunados como el señor de la plazuela, quien de seguro se le estaba "volando" a la mujer; a veces -por el contrario- nos sucede como al del chiste. O como al del bus:
Alguna noche, mientras viajaba en un solitario Circular Coonatra, un muchacho (único compañero fortuito de viaje) recibió una llamada. Íbamos agoviados por la velocidad descarada con que el conductor nos agitaba por las abandonadas calles del centro, mientras oía una música popular a un volumen también descarado. Al contestar, noté cómo el tono de su voz decaía gradualmente. Como si no pudiera entender algo, sus respuestas devinieron defensas. De seguro la novia sospechó de la música y no le creyó que estuviera de camino a casa, como tantas desesperadas veces él insitió. Pelearon.
Tríptico. Con el celular pueden ocurrir bastantes posibilidades; aquí van tres: O usted se desliza del radar de su mujer, o se vende a usted mismo, o no le creen la verdad.
*Carlos Andrés*
Comentarios
Tu intimidad se ha perdido a causa de este pequeño aparato pero ya es dificil vivir sin el, se ha vuelto parte de cada uno de nosotros nos hace falta hasta el punto de no poder vivir sin una llamada celular.
Tu intimidad se ha perdido a causa de este pequeño aparato pero ya es dificil vivir sin el, se ha vuelto parte de cada uno de nosotros nos hace falta hasta el punto de no poder vivir sin una llamada celular.