Apostillas al Síndrome del Pseudointelectual
El borrador inicial de este texto lo conformaban tres páginas. Luego de un esfuerzo, lo reduje a dos; ahora publico esta segunda parte a manera de apostillas.
Una pregunta: ¿Por qué cabe comparar los términos estilísticos, digámoslo así, entre un pseudointelectual (que no un intelectual) y un farandulero? Lo que un chico farándula hace en el gimnasio, no es más que agrandar los atributos que quiere exhibir; mirándolo detenidamente, el hábito de leer libros y revistas académicos, llenos de teoría, y el ejercicio constante de memorizar datos, se comporta de una manera similar. Diríamos que, de alguna manera, el pseudointelectual es un fisicoculturista del saber.
De otro lado, en las emisoras de su agrado (de paso sea dicho que son las mismas de la gente que se dice culta) él suele escuchar esas melodías que se distinguen claramente; es decir, siente un aprecio, desmesurado por la música concreta, es decir, aquel sector de la música clásica del cual hay melodías y fragmentos famosos qué recordar. Difícilmente nuestro amigo escuchará una obra completa; su “cultura musical” se limita a esos fragmentos famosos, con melodías que la memoria fotográfica que tiene puede recordar. De ahí que hable de su fascinación con Verdi, Beethoven, Vivaldi, y la forma como se llena la boca diciendo que La Traviata, tiene la musicalización más perfecta que inaugura el esquema de la música moderna, y que en la Fuga en Re Menor encontramos lo más selecto del contrapunto; o aun que en las Cuatro Estaciones se gesta el gran movimiento de las sinfonías temáticas.
Sobra aclarar que cuando dice esto, no entiende mucho lo que está diciendo, sino que se encuentra repitiendo las frases del musicólogo que conduce ese programa de por las tardes que se denomina algo así como “Melodías Selectas”.
En fin. Su afán mismo de ser reconocido como un intelectual, lo lleva al encuentro provocado con personajes del arte y la filosofía de la ciudad, en universidades y bibliotecas públicas. Estar una noche con ellos es verificar que entre la dinámica de sus espacios y la de un lugar como El Lleras, no hay grandes diferencias.
El pseudointelectual es, pues, un farandulero de datos.
Ir a lugares bohemios (a pesar de lo incómodo que allí se siente), asistir a conferencias ladrilludas (a pesar de que no entienda nada), asistir a lecturas de poemas, frecuentar salas de cine culto, son actividades tan necesarias para él como hablar mal del consumismo. Sin embargo, sus esquemas de acción son bastante similares. En ocasiones, los escritores, cineastas, dramaturgos, músicos clásicos, y otras celebridades del mundo culto, se comportan igual que las estrellas de la farándula. Es más, muchos de ellos, lo son, y aparecen en las revistas al lado de las estrellas del jet set. Una sensación semejante me deja, entrega tras entrega, las primeras páginas de Elmalpensante, la Revista Número, y Gatopardo.
Digamos finalmente que la distancia entre el pseudointelectual y el intelectual “real” es la misma que existe entre cualquier ser convencido frente a un pseudo cualquiera. Se me ocurren ahora el pseudohippie, pseudobrujo, pseudoartista, pseudomodelo, pseudopoeta… en todos los casos, se trata de hippies falsamente rebeldes, brujos sin mística alguna, artistas de pura pose, modelos sin disciplina, poetas de la pose.
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