La carrera de la vida
Texto ligero, con pausa existencialista al final por Carlos Andrés Arango
Cuando alguien le pregunta a mi mamá cómo está, ella suele responder algo así como: “No mija, a las carreras”. Siempre había escuchado esa respuesta con gran indiferencia, pero hoy me puso a recordar aquella vez que fuimos a acompañar a Alejandro, el estudiante más veloz de todo el colegio a su primera carrera intercolegiada. Él había ganado todas las pruebas de velocidad tanto en nuestro curso como en las olimpiadas generales del INEM. Competencia tras competencia, dejaba atrás a todo el mundo, en cuestión de segundos; era un velocista increíble. Para él, dar una vuelta a la cancha, era lo más fácil del mundo. Esta vez lo acompañamos en lo que era su primer competencia fuera de nuestro amado INEM. Así que mis amigos y yo le hicimos “barra”, (como se decía en la juventud de los noventa).
Cuando sonó el pito, en menos de lo que pudieran pensar sus competidores, Alejo les había picado tanto y tan bien, que dio la primer vuelta en la mitad del tiempo de los demás. Cuando llegaba a la línea de meta, ya con el gesto atlético-triunfal de los brazos en alto, uno de los organizadores le dijo con un gesto “¡siga, siga!”, y señaló el tablero de la competencia en el que decían que esa prueba era de ocho vueltas. Con siete vueltas por delante, y ya sin alientos, Alejo trató de mantener su ritmo; mientras, nosotros comprendíamos que no era una prueba de velocidad sino de resistencia. Pero como era de esperarse, al cabo de dos vueltas más, mi amigo no tenía energía para seguir corriendo.
Cuando alguien le pregunta a mi mamá cómo está, ella suele responder algo así como: “No mija, a las carreras”. Siempre había escuchado esa respuesta con gran indiferencia, pero hoy me puso a recordar aquella vez que fuimos a acompañar a Alejandro, el estudiante más veloz de todo el colegio a su primera carrera intercolegiada. Él había ganado todas las pruebas de velocidad tanto en nuestro curso como en las olimpiadas generales del INEM. Competencia tras competencia, dejaba atrás a todo el mundo, en cuestión de segundos; era un velocista increíble. Para él, dar una vuelta a la cancha, era lo más fácil del mundo. Esta vez lo acompañamos en lo que era su primer competencia fuera de nuestro amado INEM. Así que mis amigos y yo le hicimos “barra”, (como se decía en la juventud de los noventa).
Cuando sonó el pito, en menos de lo que pudieran pensar sus competidores, Alejo les había picado tanto y tan bien, que dio la primer vuelta en la mitad del tiempo de los demás. Cuando llegaba a la línea de meta, ya con el gesto atlético-triunfal de los brazos en alto, uno de los organizadores le dijo con un gesto “¡siga, siga!”, y señaló el tablero de la competencia en el que decían que esa prueba era de ocho vueltas. Con siete vueltas por delante, y ya sin alientos, Alejo trató de mantener su ritmo; mientras, nosotros comprendíamos que no era una prueba de velocidad sino de resistencia. Pero como era de esperarse, al cabo de dos vueltas más, mi amigo no tenía energía para seguir corriendo.
Pausa de carácter existencial: tantas veces vivimos la vida como una carrera de velocidad, y ella se encarga de recordarnos que es una prueba de resistencia.
Comentarios
http://carlosdanielabasto.blogspot.com
Gracias y saludos desde Buenos Aires, Argentina!!!
Xiomy: difícil ese tema de la voluntad
Carlos Daniel: ...y como a toda geografía, hay que realizarle los mapas; en ésas estamos aquí.