BELÉN 172
Escrito Cotidiano por Diana Montoya.
Cuando nos mudamos lo primero que pensé fue: ¡montar en bus, que horror! mi por-venir se veía oscuro y triste… para ser honesta no veía un futuro agradable.
Del trasporte público imaginaba infinitas vueltas por la ciudad, filas inacabables, conductores malgeniados (condición indispensable para esta ruta), gente apiñada y malos olores. La vida me enseñó lo equivocada que podía vivir sin salir de mi bolita de cristal con espejado hacia adentro.
Llevo un año recorriendo las calles en esta ruta. Ya he logrado “arrancarle” un saludo y hasta una sonrisa a los conductores, he aprendido conceptos básicos de música, pintura, dibujo en plastilina, culinaria… También sé donde queda el das y el F-2.
Desde mis 35 minutos mágicos en esta ruta, les comparto una graciosa anécdota:
En la última silla del bus, se sientan dos jóvenes. Hablan un rato de cualquier cosa hasta que uno le cuenta al otro sobre el “espectacular” regalo que le abuela le dará por su grado: “Le va a arreglar los cojines de la sala”. Sala que el joven manifiesta nunca usar. La abuela los va restaurar como un regalo para su nieto. “¡Qué detallazo!” Pasan cinco minutos, los muchachos se bajan y tres cuadras mas arriba veo una señora casi de 80 años que cruza la calle con un cojín (si, de esos de sala) entre sus brazos.
Y fue en ese preciso momento cuando comprendí la diferencia entre escucha y observación.

Del trasporte público imaginaba infinitas vueltas por la ciudad, filas inacabables, conductores malgeniados (condición indispensable para esta ruta), gente apiñada y malos olores. La vida me enseñó lo equivocada que podía vivir sin salir de mi bolita de cristal con espejado hacia adentro.
Llevo un año recorriendo las calles en esta ruta. Ya he logrado “arrancarle” un saludo y hasta una sonrisa a los conductores, he aprendido conceptos básicos de música, pintura, dibujo en plastilina, culinaria… También sé donde queda el das y el F-2.
Desde mis 35 minutos mágicos en esta ruta, les comparto una graciosa anécdota:
En la última silla del bus, se sientan dos jóvenes. Hablan un rato de cualquier cosa hasta que uno le cuenta al otro sobre el “espectacular” regalo que le abuela le dará por su grado: “Le va a arreglar los cojines de la sala”. Sala que el joven manifiesta nunca usar. La abuela los va restaurar como un regalo para su nieto. “¡Qué detallazo!” Pasan cinco minutos, los muchachos se bajan y tres cuadras mas arriba veo una señora casi de 80 años que cruza la calle con un cojín (si, de esos de sala) entre sus brazos.
Y fue en ese preciso momento cuando comprendí la diferencia entre escucha y observación.
Comentarios
Por cierto, el 26 de noviembre cumplo años.
OJALE NO SE ME OLVIDE,PORQUE EN OCASIONES SUELO TENER MALA MEMORIA. UN ABRAZO.
Me identifico con lo que uno siente cuando hay nuevos cambios, sobre todo si estan relacionados con el lugar donde uno vive.
JULIANA.