Sofìa, la oscuridad y la vida


Soliloquio, con disculpas adelantadas al lector, de un Carlos Andrés que piensa en abstracto


El día que fui a ver El Perfume por poco llego tarde a la invitación que me había hecho mi amiga Isabel. Acordamos encontrarnos en Oviedo a las 10 a.m. Era sábado, y quince minutos antes, yo estaba a buena distancia del lugar en una conversación tan paradigmática, que me llevó a la conclusión de que no conocía a Sofía. En realidad ésa fue una experiencia transformadora; constantemente creemos que conocemos a las personas, e incluso a nosotros mismos, pero en ocasiones resultamos en situaciones inimaginables que llevan a la consabida pregunta, ¿en últimas qué vengo siendo yo? La respuesta de Silvio Rodríguez me parece, al respecto, simpática: “Un amasijo de cuerdas y tendones”. Qué cosa fuera.

Después de ver la historia de Süskind llevada al cine, y después de tanto preguntarse si uno odia a admira a Grenouille, sólo que quedan dos sospechas. En primer lugar, que buena parte de la diversión de vivir se puede perder cuando lleguemos a la certeza de quién somos; en segundo, que el cine no reflexiona al respecto, sino que simplemente nos muestra mientras somos lo que somos. Porque, al ver una historia en pantalla, independiente de las preguntas múltiples que surgen, en últimas lo que vemos es nuestra propia humanidad vivida en la versión de unos, y mostrada en la versión de otros.

Finalmente, creo que por eso es necesaria la sala oscura: para dejar que broten esas proyecciones de luz como ideas vagas de la fantasía; a fin de cuentas, la vida es cuento, fábula e historia. Digamos que la vida –tanto como el cine- son un pacto con la oscuridad.

Comentarios

Anónimo dijo…
tiene ud razon...es bien abstracto su pensamiento.

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