Pierna Arriba
Por Carlos Eduardo Vásquez
Ser profesor no
es fácil, pero hay momentos maravillosos. Con el tiempo se van acumulando historias de todo tipo. Durante mi trayectoria docente he recopilado un
buen número de ellas. Las vivencias compartidas con los estudiantes se conservan
en la memoria y de vez en cuando, despiertan en uno una sonrisa espontánea.
Ayer en la tarde,
durante una reunión, me llegó uno de esos recuerdos. Alguien habló de la capacidad de asombro de
los estudiantes, y mi mente recordó la anécdota que relato a
continuación.
Había finalizado
el semestre académico en la Universidad Católica y estábamos evaluando el curso de negociación que terminaba esa noche. Tal
como acostumbro a hacer cuando cierro una asignatura, le había pedido a cada
estudiante que recordara algo que le hubiera llamado la atención sobre el curso
que estábamos a punto de terminar. Uno
de los muchachos mencionó lo práctico del Método Harvard y otro habló sobre la
importancia de llegar a acuerdos de integración. Luego una chica aprobó la metodología
empleada para cumplir con los objetivos académicos. Todos expresaron sus opiniones y sugerencias mientras
yo tomaba atenta nota.
La evaluación
iba sobre ruedas y yo estaba convencido de que no habría mayores novedades en
las palabras de los últimos tres estudiantes que aún no habían hablado. Y efectivamente, dos de ellos repitieron lo
que ya estaba dicho. Sin embargo, la
última estudiante, una hermosa joven con aire distraído, guardaba una sorpresa. Cuando le tocó el turno, respondió que lo que
más le había llamado la atención era lo sucedido en la primera clase. Esa noche, contó ella, un insecto había
entrado por la ventana, había aterrizado en el muslo de profesor y había
caminado hasta la bragueta del pantalón. Allí había permanecido un rato y luego,
de la misma manera intempestiva como aterrizó, volvió a levantar el vuelo para
desaparecer por donde había venido.
Me quedé atónito. No esperaba una respuesta, digamos, tan prosaica, pero la risa del grupo me hizo caer en la cuenta de lo gracioso de su afirmación. Todos nos reímos del apunte, y la clase terminó minutos después. Sin embargo, de camino a casa empecé a preguntarme qué hacía esa estudiante concentrada en el muslo del profesor… ¿Cómo había podido estar mirándome la bragueta con tanta atención sin que yo lo hubiera notado siquiera? ¿Estaba la muchacha en verdad preocupada por su formación? ¿Sería ella capaz de diferenciar lo importante de lo no importante en su futuro desempeño laboral?
Me quedé atónito. No esperaba una respuesta, digamos, tan prosaica, pero la risa del grupo me hizo caer en la cuenta de lo gracioso de su afirmación. Todos nos reímos del apunte, y la clase terminó minutos después. Sin embargo, de camino a casa empecé a preguntarme qué hacía esa estudiante concentrada en el muslo del profesor… ¿Cómo había podido estar mirándome la bragueta con tanta atención sin que yo lo hubiera notado siquiera? ¿Estaba la muchacha en verdad preocupada por su formación? ¿Sería ella capaz de diferenciar lo importante de lo no importante en su futuro desempeño laboral?
Esas preguntas
rondaban mi mente mientras yo empezaba a cuestionarme seriamente sobre mi capacidad
de transmitir el conocimiento. Qué credibilidad
podía yo merecer de mis pupilos, si lo único que una estudiante recordaba de
mis clases era un bicho que se paseaba por el cierre de mi pantalón. Esas eran mis cavilaciones cuando, de
repente, experimenté aquello que en los santos se llama una epifanía, es decir,
la súbita revelación de una verdad. En el asunto del insecto no había nada de qué preocuparse...
Una estudiante que sabe lo que va "pierna arriba", seguro que será una excelente profesional.
Comentarios
una clase universitaria, por mucha elaboración discursiva y abstracta que exija de los estudiantes, no escapa a lo cotidiano, prosaico y curioso que somos los seres humanos. Acotes similares rondan todas las aulas, y hacen que el asunto sea más pasable.
Definitivamente, exponer es ex-ponerse.