Un lugar compartido es (nesecariamente) un lugar común

Escrito entre el pre-texto y el pos-texto.


Aquella mujer es hermosa porque no se parece a ninguna. Ni en el cabello, ni en la cara, ni en los gestos. Desde que llegué a este bar, la observo. Ella no sabe de mí. Por eso tengo la libertad de ir y volver para poder mirarla desde muchos ángulos. He buscado durante algunos minutos un pretexto para hablarle. Es inútil. Reconozco como insalvable la diferencia entre nuestros mundos. La noche avanza, y yo estoy con algunos amigos en este parque denso, al que la gente elige venir, bien para probar el aroma de la decadencia, o bien para dejarse llevar hasta esa curva que, una vez cruzada, inaugura el abismo.

Llega la hora de abandonar el lugar. Vuelvo cerca de la mesa de la mujer; ella toma sus cosas para irse. Se despide de los presentes, incluso de mí. Sale con su compañero. Cruza el parque en búsqueda del sur. Nostálgico, llevo la mirada a la mesa donde ella había estado, y aparece súbitamente un objeto. La oscuridad del lugar me obliga cercanía para saber de qué se trata. Es una libreta; una de ésas que tienen los universitarios para apuntar su agenda de trabajos, los artistas para bocetear dibujos, o los aspirantes a escritores para dejar allí ideas repentinas. Seguro de que nadie más pudo haberme visto con la libreta entre manos y ojos, mi felicidad me desborda: tengo una excusa para buscarla (no será complicado volverla a ver en este parque o en el otro).

Luego de despedirme, tomo un taxi. En mi casa, paso la curiosidad por cada una de las páginas de la libreta. La caligrafía obstaculiza buena parte de mis deseos indiscretos. Quince minutos alcanzan para reconocer que sólo aparecen un par de confesiones, unas pocas ideas sugestivas, y muchos apuntes de clases y conferencias académicas. Vuelvo a la primera página y encuentro un correo electrónico. Escribo. Recibo su llamada. Hablamos. Convenimos lugar y hora de encuentro. Voy. Ella no aparece. Ahí termina la historia.

Con eso del comienzo del nuevo año, uno busca papeles viejos para botar. Aparece la libreta. Recuerdo el momento: la noche, los amigos, la cerveza, el olor a marihuana en el ambiente, la pesadez del abismo compartido por tantos, la belleza de ella, su partida, el hallazgo de la libreta, la llamada, la cita… Con esas imágenes en mente se diseñaría el comienzo de un argumento para película o cuento: dos desconocidos hallan, a partir de un objeto, sus nuevos destinos; fruto de la casualidad, dos vidas se encuentran ¿De dónde vienen esas imaginaciones? Del cine, la televisión, la literatura y las novelas. En otras palabras: del lugar común. Compruebo entonces que la vida no es como en las películas; aquí no todo es tan predecible. (De lo cual sólo una conclusión puede deducirse: la vida es más divertida que las películas porque es menos predecible que ellas).

Hoy la libreta conoció la basura y esta historia la luz.

Comentarios

Anónimo dijo…
de un tiempo para aca me gustan mas los finales de sus escritos que el texto completo, aunque claro esta, necesito del texto completo para poder disfrutar del final, es ud un muy buen finalista.
Carlos Vásquez dijo…
Amigo, mis felicitaciones por este excelente escrito... de todo mi gusto:claro, contundente y con un remate espectacular.
Carlos Andrés dijo…
amigos, un abrazo. Gracias por sus comentarios. Espero no pecar de falsa humildad si les digo que quedé tremendamente inconforme con este texto. Pero... sí es la vida (de los escritores). En todos los casos, gracias por leer.

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