En algún lugar de la memoria (o del olvido)
Ensayo dictado por la memoria olvidada de Carlos Andrés Arango
Seguramente fue Borges -infinito creador de laberintos- quien dijo que el olvido era otra forma de la memoria. No sé ahora dónde lo dijo para mí; no recuerdo si ocurrió en un libro suyo, en el epígrafe del ensayo de otro autor, en una cartelera universitaria, o en algún separador de esos que reservan cómodas dosis de sabiduría al portador. Tengo sí la sensación de que mi olvido es menos infame esta vez que las sucedidas con tantas otras célebres frases. Ello a pesar del peligro de recordar a Borges: si bien olvidar y recordar son dos formas de vivir, al inventor de ese Jardín de los senderos que se bifurcan, lo hemos leído tanto que sus frases se han disgregado de su obra. Numerosas personas pueden saber cosas del viejo escritor con sólo juntar las frases o poemas en cuyo pie aparecen las iniciales J.L.B.
Sirva esta digresión para actualizar esa idea según la cual citar a otro no es tanto un proceso de convocatoria como de re-creación. Citar, traer palabras memorables (u olvidables) para uno, es regresar a un recuerdo personal en el cual las ideas del otro no son más (ni menos) que la chispa inicial del incendio; chispa a la que no puede ni culparse de su causa ni exigírsele lo apague. Esto implica que cuando uno dice las palabras de otro está hablando más de uno que del ausente. Verdad redundante para sospechar la autoría de las palabras propias y ajenas, dichas o leídas, escuchadas y cantadas.
Ese laberinto de frases, conceptos, definiciones y versos, producen intrincadas redes entre letras, canciones, películas, obras de teatro, y van mutando un cuerpo consolidado; una obra nueva cuyo único autor y único posible espectador es uno mismo. Ese ir y venir entre lecturas y escrituras, nos produce a veces unos nubarrones tan densos, que ahora no sé si son mías o de quién estas palabras con las cuales pretendo conjurar mi salida de este escrito (único texto que he venido leyendo y escribiendo desde que soy yo): “A menudo soy un ser indeciso: cuando leo deseo escribir; cuando escribo deseo leer”.
El olvido es amor que se convierte en
nada interminable de obsesiones (…)
El olvido no es que algo se borre en la memoria,
el olvido te ocupa todo el tiempo…
Darío Jaramillo
Probablemente ya de mí te has olvidado
Y sin embargo yo te seguiré esperando
Juan Gabriel
nada interminable de obsesiones (…)
El olvido no es que algo se borre en la memoria,
el olvido te ocupa todo el tiempo…
Darío Jaramillo
Probablemente ya de mí te has olvidado
Y sin embargo yo te seguiré esperando
Juan Gabriel
Seguramente fue Borges -infinito creador de laberintos- quien dijo que el olvido era otra forma de la memoria. No sé ahora dónde lo dijo para mí; no recuerdo si ocurrió en un libro suyo, en el epígrafe del ensayo de otro autor, en una cartelera universitaria, o en algún separador de esos que reservan cómodas dosis de sabiduría al portador. Tengo sí la sensación de que mi olvido es menos infame esta vez que las sucedidas con tantas otras célebres frases. Ello a pesar del peligro de recordar a Borges: si bien olvidar y recordar son dos formas de vivir, al inventor de ese Jardín de los senderos que se bifurcan, lo hemos leído tanto que sus frases se han disgregado de su obra. Numerosas personas pueden saber cosas del viejo escritor con sólo juntar las frases o poemas en cuyo pie aparecen las iniciales J.L.B.
Sirva esta digresión para actualizar esa idea según la cual citar a otro no es tanto un proceso de convocatoria como de re-creación. Citar, traer palabras memorables (u olvidables) para uno, es regresar a un recuerdo personal en el cual las ideas del otro no son más (ni menos) que la chispa inicial del incendio; chispa a la que no puede ni culparse de su causa ni exigírsele lo apague. Esto implica que cuando uno dice las palabras de otro está hablando más de uno que del ausente. Verdad redundante para sospechar la autoría de las palabras propias y ajenas, dichas o leídas, escuchadas y cantadas.
Ese laberinto de frases, conceptos, definiciones y versos, producen intrincadas redes entre letras, canciones, películas, obras de teatro, y van mutando un cuerpo consolidado; una obra nueva cuyo único autor y único posible espectador es uno mismo. Ese ir y venir entre lecturas y escrituras, nos produce a veces unos nubarrones tan densos, que ahora no sé si son mías o de quién estas palabras con las cuales pretendo conjurar mi salida de este escrito (único texto que he venido leyendo y escribiendo desde que soy yo): “A menudo soy un ser indeciso: cuando leo deseo escribir; cuando escribo deseo leer”.
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