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Ensayo y dos digresiones alrededor de lo que surge de mí en la mirada del otro


Carlos Eduardo me enseñó un ejercicio: recordar a personas que han estado cerca de uno (en el estudio, la vida familiar, o el trabajo) y congelarlos en un gesto que sea típico de ellos. El ejercicio lo hacíamos en alguna cafetería universitaria a fin de recordar a un compañero de la carrera de quien no parábamos de comentar su particularidad. En adelante he seguido el ejercicio pero al revés: es decir, no pongo mentalmente a la persona a efectuar la pose, sino que cuando voy por la calle tomo una fotografía mental y luego a partir de ella elaboro preguntas o construyo relatos.

Pues bien, ahora me ubico en el primer día de clases del semestre pasado. Yo voy para mi primer clase de Semiótica en el Poli; en el camino me encuentro a varios estudiantes del semestre pasado que me saludan con una risita del tipo “Ah… ya no te tengo que ver más en la carrera; ya pasé tu materia”.

(Digresión inicial: en las universidades, los estudiantes asocian la materia de uno con uno mismo. Por ejemplo, se imaginan que el profesor de Planeación debe ser absolutamente predecible en su vida personal; o que el de Finanzas debe ser muy ordenado con sus gastos personales; que el de sistemas debe tener el computador más potente y actualizado del mercado; que el de Lengua Materna no dice malas palabras ni cuando se encuentra con sus amigos; que a la de Protocolo nunca se le ve despeinada ni siquiera en su casa un domingo por la mañana, etcétera).

A esa misma hora, ese mismo día, iniciaban los dos cursos de Semiótica, simultáneamente: el de la otra profesora que brinda la materia, y el mío. Cuando me disponía a cruzar el corredor para alcanzar la puerta de mi aula, vi que un estudiante (que ya había perdido la materia dos veces) miraba al cielo y se santiguaba. Cuando volvió su mirada a este mundo, lo primero con lo que se encontró fue conmigo y pude percibir en su cara el rostro de la tragedia y la desesperanza; pero al ver que yo entré a otro salón, no sólo surgió de él la más sincera y triunfadora de las sonrisas, sino que me dijo que me quería mucho pero que prefería ver la materia en el otro salón.

Ahora el ejercicio de los gestos que congelan a la gente quisiera revertirlo nuevamente: quisiera ver mi cara en el momento en que me encontré de frente al estudiante mientras se echaba la bendición rogando al cielo que esta vez no le tocara nuevamente conmigo.

(Digresión final: los seres humanos también somos la mirada que el otro nos devuelve. Pero debo reconocer que en esa mirada de tirano que mi estudiante me brindaba no me reconocí).

Comentarios

Carlos Vásquez dijo…
La mirada es un punto clave en nuestra comunicación no verbal, pero además tiene una carga que raya en lo sobrenatural. Es así como sentímos una mirada de alguien y volteamos instintivamente hacia los ojos que nos miran.

Mi pensamiento favorito sobre las miradas es:

"hay miradas que piden y hay miradas que entregan".

Tienes razón en lo de no reconocernos en las miradas de los demás. Es una sensación molesta, pero lo importante es que no depende de nosotros solos, sino de los mundos en los que los demás habitan.
Anónimo dijo…
mirar o ser mirado puede ser soportable..lo insoportable es mirarse.
Carlos Andrés dijo…
Carlos, en los mundos Y LOS MODOS en que los demás nos habitan.

Me gusta.


Y, Diana, eso de la mirada sobre uno mismo también es interesante.
Xiomy dijo…
Hablando del primer día de clases con vos, a mí dio la impresión de que eras un tipo muy fresco, y a decir verdad como fue la primera fueron todas las otras clases ¡agradables!

¡Que no dice una mirada! Como somos, que estado de animo tenemos, si nos gusta o no algo... en fin; buen tema el que están planteando.

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