El regalo de regalar-se

Ensayo a partir de una vieja carta de despecho y una pregunta de estos días

Es una verdadera lástima que yo no use reloj. A veces creo que me pierdo de muchas posibilidades, sobre todo de tipo estético: los relojes a veces asientan un determinado estilo, en otras ocasiones lo definen, y en muchas tantas lo generan: nunca se me olvida la idea de McLuhan según la cual los empresarios y ejecutivos son servomecanismos de su reloj: viven para él.
De todas maneras, es preciso recordar-me que, al menos en parte, mi pelea con el reloj no es tanto estilística sino funcional: conservo algo de la fantasía de no ser esclavo del tiempo. Y un poco por eso he renunciado al proyecto de "ser ejecutivo". Últimamente mis relojes se han vuelto los rayos del sol, la dinámica de la ciudad, los humores de la gente en la calle... la música del momento. Obviamente tengo mi hora exacta: en el celular; pero lo mantengo en el bolsillo, justo para pensarlo más de una vez si es necesario o no mirar la hora.
Más que en el tiempo me estoy basando en la temporalidad; y la ausencia de reloj me está ayudando a reconocer que con cada persona, en cada lugar, surge una idea del tiempo con diferentes texturas. Temporalidad que, en ocasiones, va en contra del tiempo mismo. Y cuando menos he pensado, una agradable conversación me ha llevado tan lejos de mí, que es un celador el encargado de devolverme a este mundo, pues en ejercicio de sus funciones me recuerda que los lugares públicos tienen horario de funcionamiento, y que a partir de una hora determinada es imposible permanecer allí. Ellos, los celadores, me han sacado de casi todos los centros comerciales (Unicentro, San Diego, Oviedo, Camino Real, Molinos), y universidades (UdeM, UPB, EAFIT, UdeA), mientras me encuentro absorto en una de esas interminables conversaciones.
En consecuencia, he ratificado eso de que el tiempo no se "saca", sino que se "hace".
De ahí que se me haga tan lamentable que me hayas regalado un reloj, porque así me recuerdas lo poco que me conoces y lo mucho que sabes de ti: te gustan los hombres de palabras precisas, decisiones incuestionables, ideas ciertas; es decir, te gustan los hombres de reloj. Y yo no soy uno de esos.

Comentarios

Anónimo dijo…
el parrafo final de este escrito me parece tan lindo, no se por que, lo lei como 3 veces y cada vez me encantaba mas...exelente final arango
Carlos Vásquez dijo…
La verdad es que los relojes más que un placer estético producen un placer histérico, algo de masoquismo incluído.

En la época de los 70, los hippies le llamaban al reloj "el bobo". Por algo sería.

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