Dona-ción de Fresa

Mire cómo cambia de fácil un día.

Suponga que es martes; suponga además que ése suele ser un día difícil. Y que por eso cada martes de la semana se levanta medio prevenido, un poco ansioso. Entonces un día de esos, de prevención y ansiedad, usted se encuentra con alguien importante, alguien significativo, a quien acompaña a comprar una dona de fresa en la estación del metro, y un sobre de Manila en la papelería del edificio donde usted trabaja. Hasta ahí las cosas siguen parecidas al comienzo: ansiedad; ganas de que no se cumpla la hora de su cita próxima.

Pero la hora llega y la persona que lo acompañaba se va; y al despedirse le desea un feliz día y deja la dona de fresa que usted le había acompañado a comprar. Usted va con ella hasta el ascensor, y sale cumplidamente al lugar del compromiso matutino. De repente, todo empieza a fluir; las palabras van llegando sin afanes. Y luego se acuerda de que a la tarde estará dedicado a su música; y que a la noche irá al cine. Entonces ya siente la dona en su boca; sueña con ella. Y justo en medio de esas imágenes mentales ve cómo la sensación maluca del compromiso se deshace mágicamente ante usted: ya no hay compromiso, la cita pasó sin darse cuenta. Al llegar a su oficina, inmediatamente se come la dona.

Al final, usted siente inútil hablar de la vida ideal: está claro en ese momento que la felicidad es una dona de fresa con café.

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