Actuación en 16 m.m.


El día que yo iba a ser estrella del cine fue (relativamente) un día normal. Uno tras otro, los acontecimientos fueron sucediéndose como de costumbre: levantarse, ir a la universidad, recibir clases estúpidas, hablar Asuntos Sin Importancia en las cafeterías, y regresar a casa en la noche. Pero fue en eso último donde se introdujo una variación bastante notable, que condujo –luego- a la posibilidad de que yo perteneciese al mundo del celuloide. Vamos por partes.

Cuando bajé del Coonatra, un sujeto con acento bastante marcado (aquí ya había empezado la película) me pidió que habláramos. Yo, en medio de las paranoias con que uno recorre la ciudad, asentí con mi cabeza su solicitud, pero nunca detuve mi paso. Dijo llamarse Joseph Rawl (él lo pronunciaba algo así como “iossefp roul”), y que había vivido en alguna ciudad medio latina de USA, antes de venirse a Colombia; país que –según él- le había inspirado un guion cinematográfico en el cual había un personaje que tenía mi rostro.

Paréntesis: siempre me ha parecido curioso que los creadores de historias le dicen a la gente de la realidad (o sea a nosotros) que nos parecemos bastante a sus personajes ficticios. Algún escritor podría explicarnos por qué nosotros (los reales) somos quienes nos parecemos a ellos (los ficticios), y no al revés, tal como esa parte de mí que es psicorrígida, racional y tal vez demasiado sensata quisiera pensar.

Sigamos. El tipo me propuso que lo llamara mientras anotaba en el anverso de una consignación bancaria mi teléfono. Asustado y sorprendido llegué a mi casa. Sabía que, si sabía cuidarme, Joseph (
Iossefp) no podría más que realizar un casting. Sin embargo, la primera prueba sería contárselo a mi mamá.

Ella, obviamente, elevó un grito, de esos que lo hacen sentir bastante mal a uno, y que, por ahí derecho, hacen que todo el mundo se entere, y vaya hasta la casa a preguntar qué pasó; muchas amigas, hermanas y cuñadas de mi mamá llamaron a prevenirme: “vea mijo, eso no es tan fácil; cómo que un aparecido llega haciéndose el gringo y ya lo va a llevar a Hollywood así como si nada… De eso tan bueno no dan tanto”. Yo, mientras agradecía el molesto e innecesario consejo, me preguntaba en qué momento alguien había dicho Hollywood. En fin.

Por insistencia de mi mamá y las veinte señoras que llamaron a prevenirme sobre la “trata de blancos” (¿?), la decisión fue no contestar la llamada, que habría de producirse, según el mismo Joseph me dijo, a eso de las 8:30 pm. Pero nunca hubo tal.

Al día siguiente en la universidad, no me aguantaba las ganas de contarlo, sólo que, en rigor de las circunstancias, no tenía nada qué decir.

Me aguanté todo el día sin decir nada a nadie, pero de noche no me aguanté y llamé a alguna de mis amigas. Ella, incrédula, me pidió que la esperara mientras abría la puerta de su casa; mientras tanto, yo aproveché y contesté la llamada que entraba por la otra línea.

Era Joseph.

Sin poder evadir nada de lo que me dijo, acepté encontrarnos en mi universidad a la tarde siguiente.

Con ello gané más regaños de mamá, y otra buena cantidad de llamadas de tía desperada. Esa mañana, debo confesarlo, llegué a creerme actor de un proyecto cinematográfico, seguramente independiente… pero de cine al fin y al cabo.

...TO BE CONTINUED...


***
¿Logrará el sospechoso Joseph hacerle daño al inocente de Carlos Andrés?
¿Triunfará nuestro improvisado héroe en las lides de la actuación cinematográfica?
¿O caerá en una misteriosa red de trata de "blancos"?

No se pierda el próximo capítulo de
Actuación en 16 m.m., La Serie.


Comentarios

Anónimo dijo…
Ya me habías contado, pero me volví a reír mucho.
Anónimo dijo…
Bacano que pudieras actuar
Carlos Vásquez dijo…
Mi comentario después de terminar la historia.
Anónimo dijo…
hacia rato no me reia tanto con uno de sus escritos..jajajajajajaja
Anónimo dijo…
jejeje..acá les recomiendo una pagina muy buena
www.scanmessenger.com

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