Actuación en 16 m.m., último capítulo


Encontrarme nuevamente con el acento de Joseph me producía una suerte de vértigo misterioso, pues con la extrañeza de su voz en mi auricular me sentía aun más en el cine. Por eso, tan pronto llegué a la universidad se lo conté a mis pocos amigos. Pero ellos lo contaron a otros, y esos a otros, y todos vinieron a mí a preguntarme de qué se trataba. Qué curioso, yo era el que menos sabía de qué se trataba. Sólo podía decirles que a las 4:30 estaría el “gringo” para contarme algo de su proyecto.

Joseph llegó en una Vespa vinotinto. Me contó en breve la historia de su guí-on (él separaba cada sílaba al pronunciarlo), y que su película (un mediometraje de 25 minutos) narraba la manera como un disciplinado deportista volvía un caos su vida personal; yo sería uno de los hermanos del protagonista, y tendría unas cuatro apariciones. También me contó que él me había seguido desde que salí esa noche de mi universidad y que a cada mirada ratificaba mi parecido con su personaje.

Justo en ese momento recordé que a mí no me ha gustado nunca la actuación, a pesar de mi constante histrionismo cotidiano; que aprenderme un texto de memoria ha sido la prueba más difícil, tanto en segundo de primaria cuando declamaba un poema (La Parábola del Retorno, creo) y en vez de decir “en el poyo de la casa”, dije “en el poyo del fogón”, como en el colegio cuando tuve que ser el protagonista de una obra de teatro; que en esa misma obra debía decir un parlamento clave para que la protagonista accediera a darme un beso, y que nunca lo dije… Recordé muchas cosas y no me sentí bien con la idea de “volver al escenario”.

Por eso aparté mi mirada del acento gringo que seguía produciendo palabras castizas con modulaciones y construcciones gramaticales incorrectas, tal vez intencionadamente incorrectas. Entonces pude ver a todos mis compañeros observando la conversación a pocos metros. Los hombres se reían de mí, y me miraban como recordándome sus profecías de cafetería: “ese gringo lo quiere es a usted”. Las mujeres, por el contrario, bajo las múltiples capas de maquillajes y peinados lucían relucientes, como a la espera de que el productor extranjero las descubriera (je) y las llevaría a triunfar; una de ellas, incluso, se acercó hasta mí a preguntarme cualquier cosa que no venía al caso.

Joseph me llamaría nuevamente en la noche para conocer mi respuesta. Yo lo tenía claro: le diría que no. La decisión causó tranquilidad en mi familia e impaciencia en mis amigas: cómo no iba a aprovechar semejante oportunidad. Cuando hablé nuevamente con él simplemente expresé mi falta de interés en el proyecto. Él aceptó y me dio un teléfono por si cambiaba de opinión.

Cambié de opinión ayer, pero el número –nueve años después- se ha perdido.

Comentarios

Anónimo dijo…
Por que será que las segundas partes nunca son tan buenas como las primares…

Entradas populares