Tríptico: Tres

Él terminaba sus cuentos en las orillitas de las fórmulas médicas, o en las esquinas que los apretados márgenes del periódico le permitían. Creativamente era un alivio dejar pasar las ideas a los papeles ya impresos y usados para fines tan decididamente útiles como la información del día, o las últimas promociones publicitarias, cuyos volantes casi siempre llevaban una cara en blanco. Cuando se presentaba decía que era escritor, y cuando se le preguntaba dónde estaba su producción, él decía que su humilde aporte era salvar con apretadas palabras silenciosas tantos oficios (papeles) destinados a la utilidad.

Comentarios

Carlos Vásquez dijo…
Recordé un diciembre hace varios años en Buenos Aires, celebre borrachera de mis tiempos de borrachín...

Ese día fue un triste momento de gloria. Creo que toda La Recoleta tuvo que ver con ese borracho colombiano que hizo y deshizo en la noche porteña del porteñisimo lugar turístico de la zona rosa bonaerense.

Yo, con todos los tragos encima, gritaba a voz en cuello... "ustedes no lo saben, pero yo soy un escritor famoso... lo que pasa es que nadie lo sabe y así es muy díficil."...

jajaja, ese recuerdo estaba sepultado entre mi galería de verguenzas. Gracias por recordarme lo idiota que puede llegar a ser un escritor cuando no acepta que escritor es quien escribe y no necesariamente quien vende libros.

Carlos Eduardo.
Carlos Andrés dijo…
Así como fotógrafo es el que toma fotografías... a veces nos hace falta desmitificar un poco la figura del escritor... escribir es un oficio como ser jardinero, zapatero, marroquinero. Estamos de acuerdo. Y, como te he contado, me impacta mucho la figura de José Saramago, ese señor a quien el reconocimiento le llegó a los sesenta años, cuando ya tenía, digamos, una vida establecida (era abuelo). Pero, desde siempre, había escrito.

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