Paraguas con Gotera
Al salir de mi casa, el cielo traía amagos de lluvia y al terminar la clase, ya estaba diluviando. Ni modo, como no tengo carro y vivo a solo seis cuadras de la universidad, tuve que abrir el paraguas y caminar loma arriba.
Cuando la sombrilla estuvo abierta a la altura de mis ojos, pude notar dos cosas. Primero, que un radio de acero estaba roto, por lo cual un costado de la sombrilla se convirtió en bajante de aguas lluvias. Segundo, que el filamento metálico al romperse se clavó en la lona impermeable y el antiguo cielo sin estrellas que durante tantas tormentas sostuve sobre mi cabeza ahora ostentaba un lucero solitario.
¿Habrá algo más feo que una sombrilla estropeada? No lo creo. En fin, empecé a subir la pendiente hacia mi casa no de muy buen agrado. La imagen era patética, el cuadrante de la sombrilla colapsado casi tocaba mi frente... ningún transeúnte hubiera reconocido mi rostro bajo la sombrilla. Mis zapatos se empapaban. El ángulo recto entre el mango y la lona extendida había desaparecido y para colmo llovía dentro del paraguas. Cada 20 segundos, una gota agonizante caía sobre mi cabeza.
Recordé el suplicio chino del que tanto hablaban en la segunda guerra mundial.
Sin embargo, a la mitad de la pendiente pasó por mi lado un hombre en bicicleta y como “en el país de los ciegos el tuerto es el rey”, sonreí con satisfacción. Al menos, yo tenía un "paraguas con gotera".
Cuando la sombrilla estuvo abierta a la altura de mis ojos, pude notar dos cosas. Primero, que un radio de acero estaba roto, por lo cual un costado de la sombrilla se convirtió en bajante de aguas lluvias. Segundo, que el filamento metálico al romperse se clavó en la lona impermeable y el antiguo cielo sin estrellas que durante tantas tormentas sostuve sobre mi cabeza ahora ostentaba un lucero solitario.
¿Habrá algo más feo que una sombrilla estropeada? No lo creo. En fin, empecé a subir la pendiente hacia mi casa no de muy buen agrado. La imagen era patética, el cuadrante de la sombrilla colapsado casi tocaba mi frente... ningún transeúnte hubiera reconocido mi rostro bajo la sombrilla. Mis zapatos se empapaban. El ángulo recto entre el mango y la lona extendida había desaparecido y para colmo llovía dentro del paraguas. Cada 20 segundos, una gota agonizante caía sobre mi cabeza.
Recordé el suplicio chino del que tanto hablaban en la segunda guerra mundial.
Sin embargo, a la mitad de la pendiente pasó por mi lado un hombre en bicicleta y como “en el país de los ciegos el tuerto es el rey”, sonreí con satisfacción. Al menos, yo tenía un "paraguas con gotera".
- Carlos Eduardo -
Comentarios
Es excelente.
Lo mas raro de los paraguas es que la mayoría de veces se dañan, cuando uno más los necesita.Diana
o peor aún cuando es uno quien lleva el paraguas, no sabes como subir al bus, ni donde ponerlo... Una cosa de locos, no?